Las dos cartas anteriores de esta serie, «Preparándonos para reinar con Cristo», han identificado las características necesarias para reinar con Cristo y la naturaleza espiritual del contexto. Esta última carta de la serie explica la necesidad de que los cristianos tomen en serio a Dios y su Palabra.

Recientemente, mientras meditaba sobre diversas definiciones de fe, se me ocurrió la mía: La fe es tomar a Dios en serio. Esto fue el resultado de encontrarme con tantos cristianos que decían tener fe, pero no tomaban a Dios en serio.

Tomar a Dios en serio significa tomar en serio su Palabra. Si alguien nos habla, pero ignoramos, o incluso rechazamos, gran parte de lo que nos dice, ciertamente no lo estamos tomando en serio. De hecho, somos culpables de falta de respeto.

Lo mismo aplica a Dios. Si ignoramos o rechazamos gran parte de lo que nos dice a través de las Escrituras, no lo tomamos en serio. De hecho, lo tratamos con irrespeto. Sin embargo, así es como muchos cristianos se relacionan con Dios. Tratan su Palabra como un buffet, seleccionando las porciones que les gustan y pasando por alto las demás.

Hay cuatro maneras prácticas en que la Palabra de Dios se aplica a nuestra vida: sus promesas, sus mandamientos, sus prohibiciones y sus advertencias. Tomaremos algunos ejemplos de cada una y consideraremos cómo pueden aplicarse a nosotros.

Las Promesas de Dios

Los cuatro Evangelios contienen muchas promesas maravillosas de Jesús, pero antes de atribuirlas a nosotros mismos, es importante determinar a quién se le dio cada promesa. Los evangelistas distinguen claramente entre las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos y las que dirigió a multitudes o a personas que no eran discípulos. Hay más de 900 versículos que registran palabras dirigidas a discípulos y unos 860 dirigidas a no discípulos.

La marca distintiva de los verdaderos discípulos era el compromiso. Se habían comprometido sin reservas a obedecer y seguir a Jesús, sin importar el costo personal. Jesús mismo estableció esta condición:

El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. ... Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14:27, 33)

Obviamente, quienes vivimos hoy no estábamos presentes cuando Jesús habló. Antes de aplicarnos sus promesas, debemos preguntarnos: ¿Soy la clase de persona a la que Jesús se dirigía? ¿Se aplican sus promesas a mí? ¿Tengo derecho a reclamarlas?

Por ejemplo, Juan 14 contiene promesas gloriosas, como:

Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. ... Porque yo vivo, vosotros también viviréis. ... La paz os dejo, mi paz os doy. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. (versículos 13, 14, 19, 27)

Pero estas hermosas promesas fueron dadas solo a un grupo de discípulos comprometidos. Pedro habló en nombre de todos ellos cuando dijo: «Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido» (Lucas 18:28). Reclamar estas promesas sin cumplir esta condición no es fe, sino presunción. Cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Soy un discípulo o solo un miembro de la iglesia?

Los mandamientos de Dios

Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él. (1 Juan 2:3–4)

Nuestra respuesta a los mandamientos de Dios revela nuestra verdadera condición espiritual. Obedecerlos demuestra que conocemos a Dios.

La Biblia contiene muchos mandamientos que abarcan diversas áreas de nuestra vida, pero Jesús los resume todos en uno que tiene precedencia sobre todos los demás:

Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 13:34–35)

Al obedecer este mandamiento, cumplimos toda la ley: «Porque toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Gálatas 5:14). El amor es el propósito final por el cual se dieron todos los demás mandamientos:

Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería. ... (1 Timoteo 1:5–6).

Sobre esta base debemos evaluar nuestra obediencia a los mandamientos de Dios. Debemos preguntarnos: ¿Es mi vida una expresión del amor de Dios?

Las Prohibiciones de Dios

No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no estáen él. (1 Juan 2:15)

Aquí Dios nos prohíbe amar al mundo. Nos obliga a tomar una decisión. Podemos amar al mundo o podemos amar a Dios Padre. Pero no podemos hacer ambas cosas. Debe ser una cosa o la otra: amar a Dios o amar al mundo.

En el lenguaje del Nuevo Testamento, el mundo abarca a todas las personas y actividades que no se someten al gobierno justo de Jesucristo, el gobernante designado por Dios. Por lo tanto, el mundo, consciente o inconscientemente, se rebela contra Dios. Amar al mundo, por lo tanto, es alinearnos con su rebelión.

La atracción del mundo en nuestras vidas es extremadamente fuerte. Nos ofrece muchos atractivos y tentaciones. Algunos parecen inocentes, pero en su interior se esconde el sutil veneno de la rebelión.

Los medios de comunicación son uno de los principales canales de influencia del mundo, con todas las formas de entretenimiento que ofrecen. He llegado a la conclusión de que el entretenimiento no es un concepto cristiano si deja a la gente completamente pasiva. En la Biblia, Dios ordenó para su pueblo épocas de gozosa celebración, pero la gente misma era parte de la actividad. Nunca fueron meros espectadores pasivos.

Además, gran parte del entretenimiento contemporáneo está impregnado de impureza moral y espiritual, y tiene un sutil efecto contaminante. Hace unos años, Ruth y yo vimos una película que era una comedia brillante con actuaciones de primera, pero contenía algunas secuencias de lenguaje vil. Sentimos ganas de volver a verla, pero finalmente decidimos no exponer al Espíritu Santo que habita en nosotros a ese lenguaje vil.

Finalmente decidimos que jamás nos expondríamos voluntariamente a nada que glorificara el pecado y deshonrara a Jesucristo. También tenemos como principio no tener en casa ningún libro ni ningún otro objeto que deshonre a Jesús. ¿Les parece radical? Quizás lo sea. Pero el cristianismo es una religión radical.

Las Advertencias de Dios

En Mateo 24, Jesús ofrece un anticipo profético de las condiciones de los últimos días. Comienza con una advertencia contra el engaño: «Mirad que nadie os engañe» (v. 4). En el versículo 11, repite su advertencia: «Entonces surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos». El engaño es el mayor peligro que enfrentan los cristianos en los últimos días.

En el mismo capítulo, Jesús dirigió su advertencia a los apóstoles que él mismo había elegido y que habían estado con él continuamente durante los tres años de su ministerio. Si estos apóstoles necesitaban tal advertencia, ¿cómo puede un cristiano hoy creer que es inmune a este peligro?

Sin embargo, me he encontrado con no pocos cristianos que parecen creer que la advertencia contra el engaño no se aplica a ellos. Esta reacción es, de hecho, una indicación de que el engaño ya está obrando en ellos.

En 2 Tesalonicenses 2:9-10 Pablo reafirma la advertencia contra el engaño en relación con el surgimiento del anticristo.

Aquel inicuo [el anticristo] cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos.

Muchos cristianos carismáticos tienen la actitud de que cualquier mensaje o ministerio acompañado de señales sobrenaturales debe provenir necesariamente de Dios, pero esto no es cierto. La Biblia indica que Satanás también puede producir diversos tipos de señales sobrenaturales. La aceptación simplista de que todo lo sobrenatural proviene de Dios, en realidad, abre la puerta al engaño.

Solo hay una protección segura contra el engaño: recibir el amor a la verdad. Esto va más allá de simplemente escuchar sermones o incluso leer la Biblia. Implica un compromiso intenso y apasionado con la autoridad de las Escrituras que afecta cada aspecto de nuestra vida. Produce en nosotros una reacción instintiva contra cualquier mensaje o ministerio que no sea fiel a las Escrituras.

Dios nos ofrece a cada uno este amor por la verdad. ¿Estamos dispuestos a recibirlo? ¿Tomaremos en serio su advertencia o la ignoraremos?

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