Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (Efesios 6:12, rvr60 )

En la carta de enseñanza anterior, consideramos los atributos de quien es digno de reinar con Cristo. Esta lección trata sobre la necesidad de reconocer la naturaleza espiritual de la batalla.

Como seguidores de Jesucristo, nos encontramos inmersos en un conflicto que abarca el cielo y la tierra. Las fuerzas que nos confrontan son «personas sin cuerpo»: poderes espirituales malignos del reino invisible que se oponen a toda justicia verdadera y buscan establecer el dominio de Satanás sobre el mundo entero.

Nuestra responsabilidad en este conflicto es única, porque Cristo nos ha confiado únicamente a nosotros la sabiduría espiritual y las armas que pueden darnos la victoria. Los gobiernos y los ejércitos de este mundo, que operan exclusivamente en el plano natural, no comprenden el conflicto ni tienen el poder para enfrentarse a las fuerzas satánicas en los cielos. Al contrario, sin darse cuenta, son manipulados y controlados por esas fuerzas.

Un requisito esencial para la victoria es identificar la naturaleza de las fuerzas que operan en cada situación. En los últimos meses, mientras meditaba sobre los acontecimientos mundiales —y especialmente en Estados Unidos e Israel—, creo que Dios me ha revelado la identidad del poder maligno y engañoso que Satanás planea usar para consumar sus propósitos al final de los tiempos. Se trata del «humanismo».

Siempre había considerado el humanismo un error relativamente inofensivo. Cuando consulté un diccionario, me sorprendió su definición:

La negación de cualquier poder o valor moral superior al de la humanidad; el rechazo de la religión en favor de la creencia en el progreso de la humanidad por sus propios esfuerzos.

Me di cuenta de que el humanismo no es espiritualmente neutral. Al contrario, es una negación y un rechazo deliberados del poder y la autoridad de Dios. Es una religión antirreligiosa. Por esta razón, puede enseñarse —y a menudo se enseña— en sistemas educativos, como el de Estados Unidos, que prohíben la enseñanza de la religión en su sentido habitual.

Decidí rastrear el humanismo a través de la historia, comenzando con el sueño de Nabucodonosor sobre una estatua con cabeza de oro, pecho y brazos de plata, vientre y muslos de bronce, y piernas de hierro. Daniel interpretó esto como una prefiguración de cuatro imperios gentiles que surgirían sucesivamente. La cabeza representaba a Babilonia; el pecho y los brazos, a Media-Persia; el vientre y los muslos, a Grecia; y las piernas, a Roma (Daniel 2:31-40).

Un factor clave me quedó grabado: los órganos reproductivos se encontraban en la zona asociada a Grecia. Gracias a mis conocimientos de filosofía griega, esto me resultó especialmente evidente. Comprendí que fue Grecia —más que ningún otro imperio— la que, a través de su filosofía, se reprodujo en culturas posteriores.

Dos de los primeros filósofos griegos de los que se tiene constancia son Heráclito y Protágoras. Tres de sus dichos que han sobrevivido afirman:

  1. “Todas las cosas fluyen.”
  2. “Nunca puedes bañarte dos veces en el mismo río.”
  3. “El hombre es la medida de todas las cosas.”

Es asombroso cómo estos tres dichos resumen la esencia del humanismo. Afirman que todo es relativo; no existen absolutos morales ni legales; y el hombre es la máxima autoridad en el universo.

Este estudio no pretende analizar cómo este pensamiento ha moldeado, primero, los conceptos de Europa y, luego, a través de Europa, los conceptos de la «civilización» contemporánea. Los griegos idealizaban la mente humana. El concepto aristotélico de Dios era una mente perfecta contemplándose a sí misma, pues nada menos era digno de su contemplación. De esta idea se ha desarrollado toda la filosofía del racionalismo.

Además de la filosofía, otro elemento fundamental de la cultura griega era su énfasis en las competiciones atléticas. Sus Juegos Olímpicos representaban, en realidad, una idolatría de la destreza atlética, que ha resurgido en la actualidad. Los programas de televisión más vistos hoy en día son las grandes competiciones deportivas internacionales.

Los griegos también tendían a menospreciar la relación matrimonial entre un hombre y una mujer, y a considerar que una relación homosexual entre dos hombres era más “intelectualmente satisfactoria”. En sus estatuas, la forma masculina idealizada solía representarse desnuda, mientras que la femenina aparecía cubierta con algún tipo de túnica.

Los supuestos «dioses» de Grecia exhibían todas las faltas morales de la humanidad: lujuria, inmoralidad, celos, venganza y engaño; de hecho, una completa ausencia de un código moral vinculante. Esto dejaba al hombre en libertad para ser su propio dios y establecer su propio código moral. Al fin y al cabo, no se puede esperar que ningún pueblo viva por encima de sus propios dioses.

Todos estos efectos del humanismo griego se han hecho cada vez más evidentes en nuestra cultura occidental a lo largo del presente siglo. Sin embargo, en 1992, el espíritu del humanismo lanzó una nueva y poderosa ofensiva contra Estados Unidos e Israel. Casi simultáneamente, una densa oscuridad espiritual se cernió sobre ambas naciones.

En las elecciones nacionales de ese año, la fuerza espiritual que llevó al poder tanto al gobierno de Clinton en Estados Unidos como a la Coalición Laborista en Israel fue un humanismo puro y duro. Ambos gobiernos representan un rechazo abierto y deliberado de las justas leyes de Dios y de los pactos que Él hizo con la humanidad, primero a través de Moisés y luego a través de Jesucristo. Han demostrado que, llevado al extremo, «el humanismo creerá cualquier cosa menos la verdad y tolerará cualquier cosa menos la justicia».

Esta exaltación del hombre es la fuerza que finalmente dará origen al Anticristo, cuyo nombre es "el número del hombre" (Apocalipsis 13:18), el "hombre" de la iniquidad, que se opone y se exalta por encima de todo lo que se llama Dios o es adorado, e incluso se instala en el templo de Dios, proclamándose a sí mismo como Dios (2 Tesalonicenses 2:3-4).

Las Escrituras revelan que someterá a su dominio a todos los que han rechazado el amor a la verdad. Por esta razón, Dios les enviará un poderoso engaño para que crean en la mentira original, con la que Satanás engañó a nuestros primeros padres: «Seréis como Dios…» (Génesis 3:5). Esta exaltación del hombre en lugar de Dios dará paso a la gran tribulación, un período de agonía mundial tan terrible que superará incluso el Holocausto de 1939-1945 (Mateo 24:21-22).

Sin embargo, antes de este último período de tribulación, Dios aún tiene propósitos grandiosos que cumplir tanto para Israel como para la Iglesia. Una cosecha de misericordia precederá a la cosecha de juicio. La preparación de Dios para esto se revela en Zacarías 9:13: «Yo despertaré a tus hijos, oh Sion, contra tus hijos, oh Grecia».

Los «hijos de Grecia» son aquellos que se dejan engañar por el humanismo. Los «hijos de Sión» son aquellos que se mantienen firmes en la infalible Palabra de Dios, abrazando tanto sus promesas como sus pactos. Provendrán tanto del Israel natural como de la Iglesia profesante. De ellos se dirá: «Lo vencieron [a Satanás] por la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte» (Apocalipsis 12:11). Serán personas con una prioridad fundamental: hacer la voluntad de Dios será más importante para ellos que aferrarse a la vida misma.

Ante este desafío, cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿Estoy preparado para asumir mi posición como uno de los hijos de Sión?

Numéricamente, nos vemos ampliamente superados por las fuerzas del humanismo. Sin embargo, podemos inspirarnos en el ejemplo de Asa, rey de Judá. Ante la invasión de un ejército abrumadoramente superior, su oración desesperada transformó una derrota segura en una victoria total. Para nosotros hoy, su oración ofrece un magnífico modelo para contrarrestar las fuerzas egocéntricas del humanismo.

¡Oh Jehová, para ti no hay diferencia alguna en dar ayuda al poderoso o al que no tiene fuerzas! Ayúdanos, oh Jehová Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos contra este ejército. Oh Jehová, tú eres nuestro Dios; no prevalezca contra ti el hombre. (2 Crónicas 14:11, rvr60 )

¡Perseveremos unánimes en oración!

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