Me alegro de estar nuevamente con usted para continuar con nuestro tema para esta semana “Dios es un casamentero”. Un tema que revela el plan de Dios para el matrimonio y cómo puede usted ajustarse a él.

En mis charlas previas de esta semana establecí el hecho que Jesús en su enseñanza acerca del matrimonio hizo mención del propósito de Dios en la creación. Se rehusó a aceptar cualquier patrón inferior. Encontramos cuatro fases sucesivas en el patrón para el matrimonio establecido por Dios en la creación, son cuatro características distintivas del matrimonio como Dios lo estableció originalmente. 1. Fue la decisión de Dios y no de Adán. Dios vio que Adán necesitaba una ayuda idónea.2. Dios fue quien formó a Eva para Adán; Adán no tuvo nada que ver con ese proceso.3. Dios trajo a Eva para Adán, Adán no fue a buscar a Eva. Ella fue presentada a él como su compañera escogida por Dios. 4. En esencia, Dios estableció los términos de la relación: esto se trata de dejar algo para luego aferrarse a otro ser. El hombre debía dejar todas las otras relaciones que pudieran interferir con el compromiso con su esposa y debía aferrarse el uno al otro para unirse y ser una sola carne.

Repetiré brevemente estas cuatro fases:

  • 1. Fue la decisión de Dios y no de Adán.
  • 2. Dios formó a Eva para Adán.
  • 3. Dios trajo a Eva para Adán.
  • 4. Dios estableció los términos de su relación.

Creo que esos cuatro principios se aplican todavía hoy al establecerse los propósitos de Dios para el matrimonio en nuestras vidas. En otras palabras, yo tomo mi postura con Jesús. El ser humano puede cambiar pero Dios nunca cambia. Su plan y estándar original para el matrimonio aún sigue vigente. Esa es la manera como Él quiere que sea el matrimonio.

Hoy compartiré con usted sobre mi experiencia personal, acerca de cómo Dios me unió con mi primera esposa Lidia. En el año 1946, cuando estaba por casarme con Lidia, ya hacía casi cinco años que había dedicado mi vida al Señor. Creía en la Biblia y buscaba sinceramente servir al Señor, pero no entendía los principios bíblicos del matrimonio como Dios me lo reveló más adelante. Aun así me asombra y fortalece mi fe al ver como Dios obró en mi vida exactamente conforme a los principios que Él mismo había establecido cuando creó a Adán y Eva y los unió.

Ahora le daré brevemente algunos de los detalles de una manera que destaque estos principios que estoy tratando de establecer. Una medianoche, en 1941, cuando estaba en una barraca del ejército inglés tuve un encuentro personal e íntimo con el Señor Jesucristo, eso fue dramático y transformador. Desde ese día en adelante supe que mi vida estaba en manos de Dios y sin ningún tipo de razonamiento estaba convencido, que Dios tenía un plan para mi vida. La Biblia pasó a ser el único libro que yo quería leer.

Permanecí en el ejército por cuatro año y medio más, principalmente en el norte de África y finalmente en Israel. En 1946, cuando me dieron de baja en el ejército, me establecí en Jerusalén

Durante ese periodo en el ejército, Dios me había mostrado claramente, de muchas maneras, que Él quería que le sirviera en la ciudad de Jerusalén, en Israel.

En 1943, mientras estaba de licencia en Israel, conocí a una mujer extraordinaria. Su nombre era Lidia Christensen. Ella había sido maestra en el sistema educacional danés, pero el Señor Jesús se le había aparecido personal y visiblemente, al llamarla la desafió a dejar su hogar, su país, su profesión y su fortuna para que fuera en fe a Jerusalén. Allí bajo la dirección del Señor, fue la madre a un grupo de niños que no tenían padres que los cuidara. Ella cuidó a unos setenta niños en el transcurso de muchos años.

En 1943 cuando primero la conocí, había como ocho niñas en la casa que no conocían a ninguna otra madre, mas que a Lidia, seis de ellas eran judías, una era árabe y otra inglesa.

Luego en 1944, Dios hizo que el ejército me transfiriera a Israel y fui apostado en un poblado judío cerca de Jaifa. Fui muy impactado con lo que había visto de Lidia, el hogar y las niñas. Fue para mi algo único. Nunca había visto tanta paz, tanta libertad en el Espíritu Santo. La manera en que las niñas oraban, y caminaban libremente con el Señor en fe y eso me conmovió profundamente.

Yo había sido profesor de filosofía en Cambridge. Fui hijo único. Nunca tuve hermanos ni hermanas, dos formas totalmente diferentes al hogar que vi con Lidia y mi propio trasfondo.

En 1944, Dios hizo dos cosas muy especiales en mi vida. Me habló dos veces muy clara y directamente. La primera vez fue para llamarme a ser maestro de las Escrituras. Me alegra decirlo que ese llamado se ha mantenido vigente hasta hoy. Siempre hago un comentario sobre el versículo que dice “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”, (1 Ts. 5:24). No es nuestra astucia, sino la fidelidad de Dios la que nos lleva al lugar donde Él nos ha llamado.

Un poco más adelante comencé a orar por Lidia y las niñas porque sentía una profunda compasión por ellas. Tenían obviamente poco dinero y Lidia tuvo muchos problemas en un país que miraban mal a las mujeres solas. Ella fue papá, mamá, doctora, maestra, abogada, y mucho más en ese pequeño hogar. Así que sentía cierta clase de responsabilidad espiritual de orar por ella. Recuerdo que un día mientras oraba por Lidia y las niñas, Dios me habló. Fue una de las cosas más inesperadas y sorprendentes que Dios jamás me haya dicho. Debo confesar que, en varias ocasiones, Él me ha dicho cosas tan sorprendentes.

Oraba por Lidia y el Señor me dijo claramente: “Los he unido bajo el mismo yugo y en la misma dificultad.” Y pensé: ¿Qué quiere decir Dios con eso? … Reflexioné un poco más: “Quizás Dios quiere que trabajemos juntos, pero eso es muy difícil. Una cosa semejante no puede ser la voluntad de Dios”. Pero cuanto más oraba tanto más se aclaraba.

Estoy seguro de que a algunos de ustedes les gustaría saber todos los detalles que siguieron pero, no puedo entrar en eso. Un año y medio más tarde Lidia y yo nos habíamos casado. Solo después del matrimonio comprendí totalmente lo que Dios me había dicho: “Los he unido bajo el mismo yugo y en la misma dificultad”.El yugo por supuesto en las Escrituras es siempre el matrimonio, la dificultad habla de trabajar juntos. Eso describe perfectamente los 30 años que tuve el privilegio de pasar con Lidia, siempre estuvimos bajo el mismo yugo y en la misma dificultad.

Mirando atrás me doy cuenta de que en lo natural hubo muchas razones por las que no debí casarme con Lidia. Ella era bastante mayor que yo. Tenía una cultura muy diferente, una persona muy fuerte, había establecido su propia obra misionera y era respetada por todos los cristianos en un ambiente difícil donde muy pocas personas pudieron alcanzar el éxito.

Y por otro lado como ya dije, yo no había tenido ninguna experiencia con niños en mi vida, ya que fui hijo único, un académico y bastante inflexible en mi manera inglesa de ser. Si alguien hubiese pedido un consejo en una situación semejante, mi actitud hubiera sido muy negativa. Sin embargo, el matrimonio es la iniciativa de Dios no la del hombre. Dios formó a la mujer y no al hombre. Dios trae a la mujer al hombre. Al mirar atrás tengo que decir: Así sucedió exactamente.

Dios me confirmó que Lidia fue su elección para mí. Tuvimos treinta años juntos de un servicio cristiano lleno de entusiasmo y muy activo, a veces en peligro, a veces en estrechez, a menudo en pobreza, pero éramos felices; logramos una unidad que impresionaba a muchos.Después cuando viajábamos a muchas naciones y ministrábamos juntos, la gente se acercaba maravillada de la unidad que había entre nosotros, recuerdo que un hombre se acercó y me dijo: “Ustedes dos trabajan como si fueran una sola persona”. El ser humano no puede lograr eso, pero ese es el propósito de Dios para el matrimonio. Los dos “serán una sola carne”. Si obedecemos a Dios y cumplimos sus condiciones, si hacemos caso a su voz, Él lo hará.

Puedo decir para la gloria de Dios que a través de nuestro matrimonio muchas personas fueron bendecidas, fueron ayudadas, encontraron al Señor, fueron sanadas, fueron llenas del Espíritu Santo. Esto es algo cierto. Algunos venían a nuestra casa a cualquier hora del día y de la noche, nunca los rechazamos, pudimos ayudar a muchos de ellos. Ministramos en varios continentes, a diferente clase de personas, y de diferente denominación, pero el llamado de Dios se mantuvo vigente. Si tuviera que enfatizar una característica de todo, tendría que ser nuestra unidad, especialmente en la oración, no puedo pensar en otra cosa que sea más importante en el matrimonio que la unidad en la oración. Jesús dijo: ”…si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos”. Qué desafío más grande para los matrimonios, esposo y esposa, donde ambos son creyentes. Si usted puede lograr esa armonía, esa unidad, entonces sus oraciones tendrán un poder irresistible. Recuerdo situaciones y cosas por los que Lidia y yo oramos y me maravillo de ver como Dios infaliblemente nos dio la respuesta a muchas oraciones cuando orábamos en esa unidad, y armonía.

Hoy quiero decirle que, de acuerdo con mi experiencia, es mejor el plan de Dios para el matrimonio como Él lo creo originalmente; Su estándar no ha bajado pero nos lleva a su nivel y obrará en nuestras vidas si confiamos en Él.

Como
Compartir